El derecho a decidir segregar, cómo predicar sin dar trigo
Podría empezar a escribir esta reflexión diciendo algo así como:” Erase una vez, hace muchos años, en un lugar muy lejano....” y recordar estas cosas que vemos sólo en las películas de blancos y negros (también hay alguna blanca o negra), restaurantes en función del color de la piel, autobuses con asientos diferenciados....
Pocas dudas podemos tener de que se les educaba en la integración racial, y se les enseñaba que todas las personas tenemos los mismos derechos, pero sobre todo se les enseñaba qué había razones buenas, seguro, para segregar.
Lo que más me preocupa de este “cuento” es que no es cierto que fuese hace tantos años, y ni siquiera lo es que fuese tan lejos. Estas cosas siguen ocurriendo hoy en día, algunas más lejos y otras muy cerca. Existen muchas razones para que esto sea así, nadie puede dudarlo, ¿no?
A día de hoy, en lugares como Irán existe el plan de segregación por sexos oficialmente aprobado en el Parlamento, las mujeres viajan en autobuses en asientos diferenciados, la atención médica y por supuesto la educativa también es diferenciada. Aquí no ocurren estas cosas, ¡nooo!
Aquí se nos llena la boca hablando de educación integral, de la inteligencia emocional, hablamos de que más allá de la mera instrucción buscamos la educación. Un reto que tenemos es precisamente la educación multicultural, la educación en valores, la coeducación.
Según la propia LOE señala en sus objetivo, buscamos educar jóvenes que valoren y respeten la diferencia de sexos y la igualdad de derechos y oportunidades entre ellos, personas que rechacen los estereotipos que supongan discriminación entre mujeres y hombres. En el siguiente artículo, que habla de la organización de los tres primeros cursos de la Secundaria Obligatoria, se menciona la necesidad de cursar en uno de los mismos la materia desgraciadamente famosa “Educación para la ciudadanía y los derechos humanos”. En ella hay que prestar especial atención a la igualdad entre hombres y mujeres, esta misma atención se pide en la asignatura de cuarto “Educación ético-cívica”. He mencionado sólo tres artículos de la ley orgánica, pero la verdad es que podemos encontrar sin excesivo esfuerzo diversas alusiones a la igualdad de derechos.
Por otra parte, el Departamento de Educación en las instrucciones de principio de curso también reconoce la necesidad de avanzar en este sentido en el cumplimiento de la Ley Orgánica para la igualdad efectiva de mujeres y hombres. Por lo tanto, si es tan claro lo que tenemos que hacer, la pregunta es: ¿Cómo lo hacemos?, ¿Segregando, o diferenciando cómo lo llaman ahora?
Las personas adultas somos modelos para nuestros niños y niñas, educamos por acción o por omisión. No tanto con lo que decimos sino con lo que hacemos.
A veces cosas que nos parecen tan ridículas, como pensar que se puede integrar en la multiculturalidad separando al mismo tiempo por culturas, no las pasamos por el filtro del género. Nadie puede creerse que estamos educando bien en la riqueza cultural sin poner en contacto las distintas culturas, y sin embargo parece que el hecho de separar a las personas según su género no nos crea ningún conflicto a la hora de pensar que podemos coeducar.
No me sirven las “razones” pedagógicas de la diferencia de evolución cognitiva, según esos motivos habría que agrupar al alumnado en función de sus capacidades. ¿Dónde queda el tratamiento a la diversidad?
Si hoy en día no nos planteamos mandar a centros diferenciados a las personas que tienen necesidades educativas especiales, ya sea por discapacidad psíquica, motora, visual, por altas capacidades...¿Por qué vemos “bien” la diferenciación en función del sexo?
Si ya tenemos problemas y muchos para entendernos los hombres y las mujeres, cualquier iniciativa en el sentido de evitar la convivencia en los años de niños y adolescentes, va a profundizar el desconocimiento entre mujeres y hombres y crear un conflicto mayor.
Es fácil, mucho, alegar el derecho de las familias a elegir qué educación quieren dar a sus hijos e hijas, incluso reconocer el derecho a admitir esta segregación voluntaria, pero: ¿Es el Departamento de Educación, el mismo que tiene entre sus objetivos estratégicos el principio de igualdad, el que tiene que hacerse cargo de su financiación?
Aun admitiendo que esta diferenciación mejore los resultados académicos, volveríamos al punto de partida, la educación no sólo se refleja en las notas. Quizá aprendan más matemáticas, o las mismas más rápidamente, pero estaremos ahondando en el analfabetismo emocional en cuanto a la relación con el otro género. No es suficiente decir que la escuela ha de compensar las desigualdades, no reproducirlas. No es suficiente afirmar que tanto mujeres como hombres tenemos igualdad de oportunidades, hay que enseñar con el ejemplo. Como repite un amigo mío: “No es lo mismo predicar que dar trigo”, pues entonces, yo lo tengo claro, demos trigo.
Enero 2009